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"El columnismo es la universidad oficiosa del español."

El gótico a plena luz del día

LA MENTE HIPSTER

IBAN SILVÁN

Ha muerto, esta medianoche gótica, Leopoldo María Panero. No tenía amigos, muy pocos. Es difícil tenerlos cuando conviertes en cura a todo aquél con el que hablas. Tal era la libertad de Leopoldo, quien creía en la verdad y en el Apocalipsis, decía.

Yo le conocí. Era un niño. Fué un niño toda su vida. Le bajaba del manicomio de Mondragón al pueblo mientras él iba soltando poemas improvisados y saludaba a los otros locos por la ventanilla; a una tal “Oca” que creía ser un pájaro, lo que a Leopoldo le gustaba mucho.

Era un niño que decía la verdad. Un niño que se sentaba cabizbajo, hecho polvo, en el banco del “acabamiento” de la Herriko taberna, finiquitado, acabado como están acabados todos los niños.

Un niño que iba del bar de la ETA al bar de la Falange de Mondragón, que escribía en el Egin y en el Abc. Nadie me ha generado tanta ternura. La suya era una literatura gótica donde lo horrible era la psicología humana. Una literatura gótica que era tal y como hacía él las cosas, sin ocultarse, a plena luz del día. El horror estaba ahí para que todos lo viéramos, si queríamos. Estaba relacionado con la psicología lacaniana.

Despotricaba de curas y de políticos. Decía la verdad. Comía con las manos, que me parecía que comer con cubiertos es un detalle que le brindamos a nuestras madres y él ya no tenía madre. Me dijo que era homosexual, pero eso yo no lo veía claro. Luego se desdijo, más tarde. Ahora él ya no es nada.

Todos los que estaban en contacto con él parecían curas por comparación. Espero no parecerlo yo ahora. Ahora ya nadie dirá la verdad en España. Nadie, literalmente nadie, al que nosotros conozcamos. Ya no habrá un solo poeta. Sólo quedarán cuatro columnistas, con sus mentiras de columnista. Se acabó esa extraña sensación en el corazón de contemplar el gótico a plena luz del día.

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El plebiscito

LA MENTE HIPSTER

IBAN SILVÁN

Pontificando el otro día acerca de Herri Batasuna y el “proceso de paz”, me entró la duda de sino debía ser yo mismo herribatasunero, que hasta eso se plantea uno con el potente planteamiento democrático de la citada formación abertzale.

Lo que pasa es que los de H.B. son unos pobres y para pensar hace falta mucha calma y mucho dinero. Pero más allá de eso, ¿lo soy? ¿Me hago el «peinado vasco-frailuno» de el que habla siempre Javier Marías? ¿O no me lo hago?

Y es que lo del País Vasco y Cataluña se parece a la ciudad-estado y las ciudades-estado son las que lo han hecho todo en la Historia. Atenas, Alejandría, Florencia, el Bremen en el que no se atrevió a aterrizar Hitler… Tanto es así que se diría que las Repúblicas más grandes lo han olvidado todo, que Roma no hace sino olvidar y recuperar luego lo que ha hecho Atenas y el Cristianismo y el Islam, quemar la biblioteca de Alejandría. Los eslabones de la Historia no son sino ciudades-estado, ¡mucho ojo!, y cada una recupera tan sólo lo que han hecho las demás.

Lo que pasa es que yo tengo una idea unitaria o me conviene tenerla –por lo menos por ahora- acerca de la unidad de España. Y esa idea unitaria está basada en lo que yo llamo la «nación periodística o umbraliana»: Está fundada en el periódico.

Yo creo que a las naciones (y a España como ejemplo señero entre ellas) las unen los periódicos. Y que lo que ni los periodistas han logrado desunir, no vaya y lo desuna el hombre. Cuando no hay periódico, no hay nación. Y lo más preocupante para España es el Gara y el Avui.

Nosotros somos españoles porque llegado el momento, todos leíamos a Umbral. Sólo por eso. Y el periodismo es el “plebiscito cotidiano” de el que hablaba Renan y que muchos aún andan buscando y sin encontrar o diciendo, simples ellos, que no existe porque no lo han encontrado. El periódico es un plebiscito que ahora se ha globalizado con Internet y donde hoy cabe, como hizo James Joyce, decir que en el fondo habitamos el universo.

Todo lo que nace de un plebiscito existe y es bueno además. Sólo hay que saber encontrarlo, porque está ahí siempre. Y todo lo que nace de la libertad es, llegado su momento, interesante y algo así como digno de estudio.

Y yo no soy de Herri Batasuna porque hasta ellos leían a escondidas y como de reojo a Umbral. Que lo sé yo. Y porque para pensar hace falta mucha tela, eso también. Y uno la anda buscando; ahora mismo. Se lo aseguro.

Por un lado y por el otro

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IBAN SILVÁN

Dicen los mentideros de la política que ha empezado el proceso “de paz” (aunque aquí no haya habido ninguna guerra) en el País Vasco y hay opiniones para todos los gustos, desde la “tregua trampa” de Aznarín que sigue, hasta aquello tan ridículo que dijo Alfonso Sastre de que él estaba dispuesto a limpiar las oficinas en donde se iniciara el proceso de paz, con esa humildad que se saca la izquierda cuando tiene tantos muertos a las espaldas, tantos damnificados del gancho de izquierdas como hay.

Uno, en este punto, lo que no hace es confiar en ninguna de las partes, que por algo han llegado hasta a un proceso de paz y se han liado a tiros unos y otros como se han liado.

Por un lado me entristecería la fractura, por el otro no creo que la secesión sea el final ni mucho menos de la prolífica y fertilísima cultura española en las regiones rebeldes de la periferia. Por un lado, por el mismo, no creo en los que te vienen con el “Fíjate lo que opinan los vascos del flamenco, ¡creen que es sólo folclore!” y quieren que se arrepientan llorando compungidos ante unas sevillanas, que hasta ahí llega el fanatismo español. Por el otro, me temo que gran parte del problema que les causa Herri Batasuna es que a esa gente no les llega el Boletín oficial del Estado sino “el Boletín oficial de la acción” a casa cada mañana y es que no paran, “siempre buscando problemas”.

Por un lado está eso tan acertado, que dijo Bernardo Atxaga, de que esperaba que lo que pasaba en Euskadi no fuera como “Contra España y otros poemas no de amor”, el libro de Leopoldo María Panero. Por el otro lado, Herri Batasuna son gente que quiere parar una carretera que pasa por un bosque, eso y luego todo lo demás. Y esa gente no se va a callar tan pronto. O eso yo espero.

La gripe

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IBAN SILVÁN

Ayer no escribí mi columna del miércoles debido a la gripe. La gripe es la única enfermedad urgente que mantiene su prestigio en esta sociedad de consumidores de comida rápida, de español urgente, de pacientes de enfermedades rápidas y vuelta al trabajo.

La gripe es una enfermedad no sólo burguesa (pues no incapacita para la labor), moderna y urgente sino también placentera. De hecho yo de pequeño me imaginaba el paraíso como tener una especie de gripe eterna.

Umbral decía que le apetecía tirarse a una nínfula “en el momento mismo de la gripe”, pero en esto nunca dejaba muy claro si se trataba de la gripe de él o de esas décimas de más que tenía la pobre nínfula en cuestión.

Cela, por su parte, más tradicional, más religioso y más hispano, como era él, hablaba de “las “putas de la caridad”, unas enfermeras putas que había inventado él que te iban a cuidar cuando cogías esa gripe cachonda que es una de cada dos gripes (la que no hace que te dé por devolver, que ésa no es nada sexy, ella).

Yo con gripe me levanto de la cama y me miro de vez en cuando al espejo. No hay nadie que no esté bello con una gripe. Con gripe pareces sacado de un Modigliani, más alto y esbelto, delgado y ojeroso, mucho más interesante. Tanto que te dan ganas de que te vean los del trabajo, lo interesante y espiritual que estás justo después de la gripe, para que vean. Pero se pasa rápido.

Con gripe pareces como un poeta del dolor al estilo de Ungaretti, que se mataba porque su tío había fracasado por poner una de las primeras gasolineras de Italia (aunque también se hubiera matado por poner una de las últimas). Que con Ungaretti había que estar en el justo medio.

La postmodernidad terrible

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IBAN SILVÁN

Estoy viendo películas de Lars Von Trier y a la vez leyendo un poco a Zygmunt Bauman por saber algo acerca del consumo en día de Reyes y como poniéndome a decir que sí a todo lo que dicen los postmodernos, a ver qué pasa. Un poco al estilo de Georg Simmel, que decía que todo era dinero, hasta el arte.

Pero es que no. Lo que hacen los que dicen que todo es dinero, que todo es mercancía, que todo es postmodernidad, es olvidarse convenientemente del componente humano, demasiado humano. Y eso es fatalismo postmoderno. Y por ahí yo creo que no.

Ya decía Marx que éramos mercancía. Pero le corrige Polanyi, que debía ser más listo y sensible, esto es, más listo que Marx, diciendo dickensianamente que no es verdad porque luego hay que llevarse esa mercancía que somos a casa y eso también se hacía y se hace.

Y con Internet pasa lo mismo. Zygmunt Bauman le viene a llamar al narcisismo de Internet “el fetichismo de la subjetividad”. El todo vale de los perfiles de Facebook, el narcisismo de la Red, el número de vistitas de esta misma página, vaya. Pero luego llega un momento en el que hay que mostrar la realidad, si se sabe o no se sabe y se es sólo un postmoderno más del montón.

La postmodernidad nos dice que todo vale, pero no es así. Ella misma es muchas veces una filosofía del límite, de los límites de la muerte, de la cordura y de la razón, más que un todo vale que –lo diré- no lleva a ningún sitio.

Creo recordar que Julio Caro Baroja, tan poco español él, decía que cuando fuera al cielo le preguntaría a Dios por qué había vivido en el Madrid de Franco en vez de en la Atenas de Pericles. Yo –que no soy Caro Baroja- le preguntaría por qué narices tenemos que vivir en la Europa postmoderna en vez de en la América de la beat generation. Lo digo porque es lo más terrible que me ha pasado. El resto de lo terrible postmoderno nunca lo he visto salir de la pantalla del cine o bajarse del escenario del teatro. Así que para mí no existe. 

Los cetáceos

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IBAN SILVÁN

Según la prensa, la explotación de los pozos petrolíferos del golfo de Valencia –siempre Valencia y luego siempre un golfo- puede causar sordera, dolor agudo y hemorragias internas a todos los delfines y ballenas en un radio de casi 300 kilómetros.

Y yo, en nombre de la inteligencia en la Tierra, es decir, en nombre del delfín y del cachalote, digo que no merece la pena salvar Valencia a través del recurso fácil a sus aguas marinas y que ya basta con el mercado pletórico valenciano. Que en definitiva todo lo pagan los delfines para conseguir que Valencia vaya tirando de tanto BMW y tanta chatarra como construye y destruye la Comunidad Valenciana, del Palacio de las ciencias a la copa de vela pija que organizan a todo, absolutamente a todo lo demás.

Pero yo pensaba que a todo esto, a toda esta basura humana, delfines y ballenas, sabios y de sangre caliente como son, le hacían oídos sordos. Y resulta que se los revientan.

Las ballenas que se quedan sordas ante la estupidez humana de sónares militares y perforaciones de tímpano petroleras luego embarrancan en lo que ya es un suicidio y no un despiste colectivo del líder de la manada, como suele decirnos la prensa en un escueto comunicado a pie de playa.

Se quedan sordos y vagan de playa en playa, de suicidio colectivo en suicidio colectivo, las ballenas, que Umbral decía que eran todas las grandes ideas-ballena, todas las ideas-mundo del siglo XX, que embarrancaba ya entonces por todas partes.

Pero yo no soy Umbral y no echo de menos pero sí echo de menos esas grandes ideas, que siempre han de pasarse por el tamiz ligero, light, de la democracia para ser realmente grandiosas.

Lo que está claro es que tampoco el liberalismo tal como está ahora le hace bien a las ballenas. Y un servidor visitó el zoo de La Havana y vió a un delfín en una cochambrosa piscina del campo soviético –bastante menor de la que utilizan los pioneros comunistas (¿Qué creían?, ¿qué no hay clubes y pijos en el mundo comunista?) para hacerse unos largos lejos del pueblo bajo. Todo por el pueblo pero sin el pueblo. Todo por el pueblo pero sin los delfines.

Aquél delfín de La Havana salía a saludar a todo el que pasaba por su piscina. No he visto mayor marcialidad comunista en Cuba. No. Ni nadie más decente en todo La Havana, que, dicho sea de paso, es y será siempre una ciudad llena de putas.

Al parecer, ninguna idea-mundo o idea-ballena, ni la del liberalismo ni la del comunismo les hace bien a los delfines. Por esto es que yo digo que hay que estar abierto a la novedad en este sentido. Que lo mejor de ambos mundos, el comunista y el capitalista, siguen siendo sus delfines.

Los conservadores

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IBAN SILVÁN

En España no hay liberales desde 1812. Por eso, cuando se leen las crónicas de los liberales oficiales es como si se te cayeran toneladas de la cosa rancia encima. Ante todo, los liberales españoles son rancios y, como dijo un diputado inglés –tienen que venir los ingleses a cantarnos las verdades- “¿por qué demonios llaman ustedes liberales a los conservadores?” Los ingleses. O los gaditanos, con esa cosa inglesa que tienen.

Y así las cosas, los “liberales” te echan encima todo el carcamen que llevan encima. Entre otras cosas te echan todo el peso neto, toda la mercancía de las misteriosas fechas de la destrucción de España, tan próximas, tan necesarias y terribles, tan telúricas y fatales como una erupción, como un terremoto. Seguimos sin saber que esa erupción, ese terremoto que amenaza lo más valioso que tenemos, nuestra lengua, lo hemos hecho nosotros y nadie más. Y lo seguimos haciendo. Porque para mí bombardear Barcelona nunca ha sido una opción.

Pero hay un problema. Que España se va a destruir precisamente por no arriesgar su destrucción, por no tener la grandeza de poner su destino en la cálida mano de los españoles. España se destruye por nadar contra corriente, como hace siempre, contra corriente en el último momento, cuando Inglaterra ya ha puesto valientemente a Escocia en el fiel de la balanza (y ganará).

Y es que además a un liberal de verdad le quedan pocos argumentos en contra de la consulta en Cataluña y el País Vasco. Más bien ninguno.

Pero España ha despertado, como siempre, tarde y cuando debiera estar dormida o, mejor aún, muy despierta y con sangre circulando por las venas.

España es un cuenco de leche tibia –como definía Ingmar Bergman la amistad en otra película fatalista, «El séptimo sello»- que unos y otros se pasan de mano en mano. Y si España ha hecho las cosas bien, si la leche está realmente tibia, si los amigos lo son de verdad, no habrá nada que temer. Y si es que no, habrá que ponerse manos a la obra. Ya. ¡En cualquier caso, qué lejos le caen a todo esto los vientos de Cádiz!

Los tapones de colores

LA MENTE HIPSTER

IBAN SILVÁN         

Frente a los mil agraviados por la crisis, contra el lobby canalla de los médicos burócratas o el de los imprescindibles de la actuación y de la vida hecha teatro, uno siente auténtica vergüenza, la poca que le queda, cuando ve que muchos enfermemos de enfermedades extrañas tienen que andar recogiendo plástico por las humillantes esquinas para tratar sus enfermedades, que son tan únicas como su sufrimiento.

¿Qué es el Estado? Yo no sé qué es el Estado. Pero sé para lo que está, que es mejor. Y está para las enfermedades raras.

Nadie, ninguno de estos enfermos, debería pagar nada, ni un solo duro, ni de sus tratamientos ni de la investigación que sea necesaria para conseguir esos tratamientos. Salga de los autobuses urbanos, que eso ya lo han corrompido, y haya que ir a pié, salga de la salud de la mayoría o salga del agua de las fuentes de Madrid.

Para el Estado una minoría desagraciada es anatema. No debe, no puede, no tiene que soportar verlo. Ha de impedirlo, que el Estado se engrandece precisamente cuando se agacha a defender a una minoría transitando por los infinitos caminos y recovecos de la igualdad, que es lo suyo del estado, transitar la complicada igualdad.

El Estado está para lo que no sabe o no puede o no quiere hacer el mercado. Y una persona que está enferma en España en compañía con sólo unas quince más, no es negocio para las farmacéuticas ni para nadie.

En España hay niñas con huesos de cristal que te sobrecogen con su madurez y su desgracia también. Tienen los huesos del Licenciado Vidriera, que él también temía tener los huesos de cristal. Pero estos ángeles caídos e inteligentísimos, con toda la lección aprendida del dolor, los tienen en verdad quebradizos. 

Pero no lo hacen. Quiero decir: El Estado no hace lo que debe. Tiene apalabrada hasta la última de sus millones de monedas con un iracundo, un sindicalista, un ladrón o un chulo. Tiene mucho, ha crecido, no para de crecer, nunca para, pero para estas niñas no hay nada. Yo lo entiendo. Ya lo he dicho. Hay que dar de comer a un sindicalista, a un cabrón, a un chulo. Y entonces es cuando yo, casi sin querer, al agacharme a dejar el tapón, le pegó una patada medio subconsciente a la famosa cesta de los tapones.

La bici

LA MENTE HIPSTER

IBAN SILVÁN

Francia prevé premiar al que vaya al trabajo en bici con unos céntimos de euro. Ya está Francia, dejando de lado el centralismo y la burocracia que tanto le merman, rescatando la bicicleta que es suya casi desde el principio, la vieja bicicleta parisina o la bicicleta ganadora del Tour de Francia –la cosa más bella que he visto yo es la llegada del Tour de Francia, apagado y exhausto, a París. No les lucen ni los colores de los maillots. Lo que yo no sabía cuando vi llegar a Indurain aquel año es que el Tour de Francia lo pierden todos.

Pero Francia lo que quiere es rescatar la bicicleta y ganar, que hasta a la Gran Guerra fueron los franceses en bicicleta, en taxi o en bicicleta, las dos cosas, cuando la bicicleta se diría que es precisamente lo que no sirve para la guerra.

París quiere recuperar el perfil de la bicicleta, la bicicleta beckettiana, que Beckett estaba obsesionado con las bicicletas, la bicicleta de “Esperando a Godot”, si es que Godot era el último ciclista del Tour de Francia. La bicicleta. Que Francia es ciclista desde los sucios cullotes, que Francia hizo la revolución en cullottes, antes de los cullottes de la bici.

La bici es pacifista y es misteriosa, porque convierte en máquina la energía biológica del hombre, y la multiplica, para mí, incomprensiblemente. Mi Física llega hasta la bici, hasta mi bici de niño, y allí se apaga para siempre, perdida en sentimentalismo e inconmensurabilidades.

La bici avanza haciendo ciclos. La bici es la autonomía del hombre que avanza, algo así como el famoso truco de la bombilla que se ilumina y flota a la vez.

La bicicleta es, pues, kantiana, pues la mueve el propio hombre y sin embargo avanza. Es del teatro del absurdo y es surrealista. Es hippie y es pacifista. Es ecológica y es antinuclear. Tenemos que hacer de la bicicleta una nueva vaca sagrada. El Monsieur Hulot de Tati aún se pasea en bici por París. Lo que no le veo yo es pasarse a cobrar los eurillos del inmenso y terrible Estado francés.

Raphael

LA MENTE HIPSTER

IBAN SILVÁN 

Ahora, con la Navidad, aparece de nuevo Raphael, que es ser o ente o persona que aparece por estas fechas, quizá por ser entrañable o por cantar aquello de «yo soy Él».

Raphael ha hecho de todo y ha bebido de todas las fuentes. Yo siempre he creído que en la exageración del genio tenía deudas con Dalí. Nadie domina la puesta en escena del genio, el trampantojo del propio genio – que es siempre falso y ridículo- como él. Y el Rapha todo esto lo llevaba a los extremos. Hasta el cáncer aquél que tuvo pensamos que lo iba a vivir, a expresar, a lo grande. Y es que el genio es casi siempre el genio vacío, la exageración del propio genio. El escenario y la máscara. Vivir no la realidad, sino la máscara que vive la realidad, vivir indirectamente.

Por hacer, Raphael ha hecho de todo. Cometió hasta el pecado de irse a Rusia en el franquismo y el doble pecado de maltratar a las pobres rusas con sus desplantes apolíneos y tremendos. Pero las pobres rusas estaban al otro lado del telón de acero y no entendían. Las Nadezhdas lloraban imperdonablemente por su culpa. Pero luego Raphael se suele sonreír él mismo de sí mismo en el escenario, se recompone y resulta que todo era mentira. Y, claro, se le perdona todo, como se le perdona a todo poeta que vive realmente de la poesía, haga lo que haga.

Raphael ha hecho, como decimos, de todo. Por un lado es pop puro. Por el otro, Raphael, con sus conciertos por el País Vasco, ha sido de lo poco que une a España, que la política nunca acaba de llegar a las mujeres, sus admiradoras. A España la unen sólo cuatro cosas: el alcohol y la fiesta, Raphael y el cachondeo consiguiente que es como el epílogo o postfacio de todo lo que se hace por aquí. Y a Raphael se le respeta mucho en el mundo secesionista.

Raphael es un daliniano de la época última de Dalí, la de los ovnis o platillos volantes, que es, claro, la que le tocó a Raphael en el cúlmen de su carrera, en los años setenta. Dalí ha sido el pintor que más ha influido en las otras artes y Raphael es destino y trazo de un puro superego freudiano sobre el escenario.