Bowie (III): Space Oddity o la inmolación del Comandante Tom

por elcolumnista.net

CARTAS DESDE MAHAGONNY

AARÓN RODRÍGUEZ SERRANO

            El cosmos como espacio sugerente del pop, cohetes rusos en la postal nostálgica de la guerra fría, un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para compartir este milkshake contigo, mi amor, en la intimidad de este sueño silencioso de ruido cuántico y cúpula relativa. Relativamente los amantes, relativamente el amor y relativamente el ornamento y el delirio de la piel deseada, que siempre es un alucine/alunizaje, un estallido en lo íntimo del orgasmo.

“Space Oddity” es la primera gran canción de Bowie porque funciona como un tremendo encuentro sexual que acaba en un angustioso fundido hacia el silencio. El Comandante Tom es el icono pop que de pronto se convierte y anuncia el giro Afterpop, un apóstol que admite su propia posición crítica frente al universo de consumo –and the papers want to know whose shirts you wear-, pero que también admite con la misma naturalidad la inmolación inmediata, el suicidio ante la fascinación de la nada, una epifanía total que se despliega –como el final de un polvo, queda dicho, un polvo de estrellas- en esas disonancias finales, ese lento cierre que, en el último segundo, parece aumentar levemente de volumen para desaparecer definitivamente, ya de manera irremediable.

En alguna ocasión he cantado el “Space Oddity” en la intimidad del coche, que es el escenario improvisado de los mediocres, casi hasta hacerme daño en la garganta.

En realidad, a quien quería emular no era tanto al Comandante Tom seminal, sino a su fotocopia postmoderna, el Zachary Beaulieu (Marc-André Grondin) de C.R.A.Z.Y., aquel adolescente confuso que se pintaba el rostro como Aladdin Sane y le gritaba al mundo que se fuera a la mierda, que se metiera sus cohetes, sus agencias de noticias, su carrera espacial por el culo. Así de claro. En el Comandante Tom hay un ansia de disolución que la película de Jean-Marc Vallée despreció afortunadamente para proponer, muy precisamente, una lectura a la contra. Y es que, ¿acaso no se han dado cuenta de la inmensa paradoja que anida en el interior de “Space Oddity”? Allí donde Bowie escribió una canción para desaparecer tras una figura imposible, una figura que se suicidaba, o mejor dicho, que desaparecía –volvería, como ya veremos en “Ashes to ashes” y “Hallo Spaceboy”-, desde entonces generación tras generación nos hemos apropiado de su desquiciado evangelio para autoafirmarnos, señalarnos, intentar que no nos hiciera daño la construcción capitalista y definitivamente enferma de nuestro contexto.

(¿Cuántas, de las mujeres amadas, han llorado escuchando el “Space Oddity”? Es una pregunta brutal, una pregunta que me formulé por primera vez con 17 palos, cuando tocaba la guitarra e intenté explicarle a una hermosísima flor con la cabeza hueca que la clave estaba en saber poner el Fa Mayor Séptima, ese acorde que le daba su magia brumosa a toda la primera estrofa antes de la explosión total… y en su mirada bovina y desinteresada descubrí, mierda, que el Fa Mayor Séptima sólo sonaba en el interior de mi cabeza y no en el interior de su ropa interior, descubriendo lo mal conquistador que sería siempre y lo frágil de las pasiones propias).

El Comandante Tom, zombie, esqueleto extrañamente lúbrico y elocuente, hace equilibrismos sobre la cuerda floja de la memoria. Arriba, abajo, a los lados, nunca hay nada. And there´s nothing I can do.